miércoles, diciembre 13, 2006

Breves apuntes de Mercedes

A Oz, Deborah, Odiseo, Sandra, Grillo, Lilian, Zina, Veríssimo, Paula, Mica, Seba, Oyola, Juan, López, Lola, Nubia, con quienes tanto quiero y tanto tengo.

El mediodía del domingo estamos todos cerca de la pileta. Como en El nadador de Cheever, todos bebimos demasiado las noches anteriores. Y ahora, alrededor de la mesa de la galería que se abre al parque inmenso lleno de árboles, bebemos cerveza y margarita mientras los pollos de campo se asan lentamente (como no son las aves engendradas por Guinot y la Biocorp, más tarde, nos disputaremos las patas crocantes con las niñas del grupo, Lola y Nubia que, además de ser dos criaturas hermosas, tienen la maravillosa capacidad de divertirse solas y necesitar poco y nada de nosotros: para alguien como yo, que sólo adora a los niños literarios, este par es perfecto y entrañable). Destripamos dos diarios del domingo y la Ñ. Ninguno de nosotros aparece en las páginas, por supuesto, y nos divertimos inventando titulares que nos involucren. En breve, cuando el Tigre por fin sea famoso, la crítica local, estamos seguros, va a compararlo con otro escritor, sólo porque el otro llegó antes: pero, sépanlo, nuestro Oyola es más negro.
El crimen de Norita ocupa más páginas que la Dalia Negra, la novela de James Ellroy que llegó al cine y se estrena por estos días en Norteamérica. Me quedo sin leer la entrevista que le hacen a Ellroy y me recomienda mi amiga Zina, pero leo otra que me pasa, la nota de un fotógrafo sobre otro, argentino, de origen japonés, amateur, enamorado silencioso de la mujer que retrata, muerto a los 28 años, tan romántico y oriental, poniendo el ojo de su cámara sobre un grupo de chicas japonesas en un club de Burzaco en la década del 50.
La conversación crece y los temas y las voces se entremezclan. A un costado, mientras trato de seguir un artículo sobre el crimen de Norita, un refrito sin novedades de lo que estuve leyendo toda la semana, pienso que mis amigos son muy gritones y que los quiero y me siento dichosa de haberlos encontrado en este mundo.

Llegamos el viernes a la mañana a Mercedes. Algunos en auto, otros en micro y el resto en tren puteándolo a Oyola, el artífice de la travesía sobre rieles que los tuvo dos horas y media con el corazón en la boca rodeados de una fauna poco amigable del conurbano bonaerense. Prometen cagarlo a trompadas cuando se repongan del susto y el Tigre pone su mejor cara de gatito que rompió un adorno, esa expresión que tiene cuando levanta los hombros y sonríe.
Almorzamos unos fideos con salsa que prepara Lilian, mi hermana linda como le dice Veríssimo desde que la vio en unas fotos. Lilian es una cocinera exquisita, de esas que pueden hacer un manjar con poco. Y es que mi linda hermana es de esos espíritus que embellecen todo lo que tocan –cierta vez, en el año más triste de nuestra vida familiar, llevamos a nuestra sobrina a una pseudo granja donde además de dos cabras y una oveja había más de doscientas especies de gallinas; hacía mucho calor y era un sitio apestoso, pero en un momento llegamos a una jaula donde había un faisán dorado: Lilian se detuvo frente a la jaula y sus grandes ojos verdes brillaron como los de Astroboy y dijo: parece un príncipe y fue de lo más genuino y hermoso que he escuchado en mi vida.
Después de una siesta larga nos vamos a la pulpería de Cacho, la única que queda en pie según leí hace un tiempo en una revista. Apuramos unas cervezas y unas tablas de salamín y queso. Los cascarudos rebotan contra las puertas cerradas del local y pienso que si Cacho, a los cincuenta, está aún soltero es porque sus novias huirán espantadas creyendo que el matrimonio incluye limpiar las espesas y añosas telas que las arañas van tejiendo sobre los estantes y las botellas. En las paredes hay fotos que lo muestran al dueño de muchacho metido en unas ajustadas camisetas de fútbol. Alguien me cuenta que Cacho fue crack de un equipo de la zona. También hay cartones con frases populares, una silla maldita donde el que se sienta muere a la brevedad, y un frasco con un feto de chancho. También hay una chica que lo ayuda, jovencísima, bonita y de rasgos aindiados. Por un comentario que él hace yo digo que es la novia y el resto me dice que estoy equivocada, defendiendo apasionados el celibato del último pulpero.
De allí partimos a la casa de Carmen, la madre de Juan Guinot y nuestra manager mercedina, la mujer que armó todo para que vayamos a leer el sábado al teatro Talía. Comemos empanadas y bebemos cervezas y le festejamos el cumpleaños a Sandra, la bella colombiana que endulza la vida de mi querido Odiseo y nos azucara a nosotros los oídos con su acento.
Vueltos a la quinta. La primer noche en el campo. La temperatura ha descendido y hacemos un fuego. Escuchamos los pocos discos que lee la compactera hasta que Seba Pandolfelli trae su guitarra, se despoja de la timidez como aquella vez del impermeable de exhibicionista y nos muestra esas lindas milongas que compone mientras Mica le apunta los versos que él no recuerda bien. Algunos se van yendo a dormir y otros nos quedamos. Hasta bailamos. Y la mañana del sábado empieza a caer sobre los árboles del parque.

El sábado, Grillo, el gran asador, improvisa un almuerzo tirando sobre las brasas lo poco que se encuentra en las carnicerías. Hay paro de ganaderos. Pero nuestro parrillero estrella no se amilana y de sus manos de prestidigitador de los carbones encendidos van saliendo bocados deliciosos que dejan satisfechos a todos, aun a las chicas caprichosas con la comida como esta cronista.
Ese sábado hay que hacer todo rápido: comer, tirarse a la pileta, bañarse y salir para el teatro donde hacemos la presentación de carne argentina.
Llegamos a las 20.30 al teatro Talía. El sitio se fundó hace 45 años por un grupo de Mercedes que es el que nos recibe. Roberto Altieri, nuestro contacto, nos espera amabilísimo. Lala, antes apuntadora y hoy tesorera, convida caramelos. Como es la 31 fiesta del durazno ese fin de semana y hace mucho calor y de ser mercedina, me quedaría en el patio, descalza, tomando cerveza fría, viene poca gente al espectáculo. Pero a decir verdad no nos importa demasiado. Es la primera vez que estamos en un escenario de teatro con telón y camarín y todo eso. Salimos al ruedo como si en vez de 30 hubiese 300 personas y lo hacemos. Y brillamos. Zina y yo, despojaditas, solitas nuestras almas leemos sendos relatos con personajes niños, las dos chicas de negro con luz ámbar que nos hace difícil la lectura, pero salimos al paso. Oz y López, ataviados y oscuros a la vez que luminosos, desgranan sus relatos tremendos. Todos contentos porque estamos todos juntos y lo hicimos de nuevo! Al final, Lucas Guinot, engalana la noche con su teclado y sus melodías y su aire decimonónico y sus bermudas y su tremendo, su tremendo cuelgue (parafraseando al López iracundo de mis desvelos).
Volviendo a la quinta, un choripán y unas cervezas en una parrilla al paso con un mozo que usa todos los epítetos posibles con Oz: papi, capo, jefe, etc. Un gritón insoportable. Caminata a la luz de la luna, otras cervezas en la galería, se va apagando la noche, y volvemos al principio de la crónica que empieza a ser el final de tres días hermosos en Mercedes.

Todos bebimos demasiado. Citando el comienzo del cuento de Cheever, con un margarita en la mano, Grillo dice que podría ir nadando piletas hasta Buenos Aires.
Antes de partir los muchachos se divierten, hacen una coreografía a lo Esther Williams en el agua y otras piruetas.
Antes de partir, el cielo se encapota y rugen truenos y me pongo melancólica como siempre que tengo que marcharme de un sitio donde lo estoy pasando más que bien.
Antes de partir tomamos mate y comemos facturas alrededor de la pileta y todo se vuelve más íntimo y silencioso.
Las nubes, gordas, grises, se van juntando, formando un cielo compacto, la promesa de una lluvia que se precipitará de un momento a otro.

9 Comments:

Blogger Desdichada said...

!...!

10:05 a. m.  
Blogger Ling said...

Impresionante. Se vive más así que estando allí.

10:41 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

"...nuestro Oyola es más negro".
No es gracioso.
Igual es una de Scorpions.
Still lovin' U

8:48 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

pero te queremos tigre, aunque seas mas negro que cucurto! Sos Grosso Oyola y sos un gran amigo.
Almada que Crónica! me hiciste revivir cada momento de esos maravillosos que pasamos en Mercedes...

Los quiero!

Seba

3:18 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Che, hay una reseña de Ale Zina en el blog de la ed Tamarisco.

6:13 p. m.  
Blogger escribiente said...

Gracias, Almada. Un placer releerla.
Y después de la cita de Oyola a Scorpions debo corregir al pasajero Pandolfelli: el nigger-than-cucurto no es grosso.
Es grasa.

11:22 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

grasa digo el que apretaba con richard marx

10:54 p. m.  
Blogger tentorí said...

buenísima crónica
¡¡ya me quiero ir!!

12:30 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

chequean el email carneargentina@datafull.com??????
Pa' q'mierda ponen un email si despues no tienen la responsabilidad de chequearlo??????? Y Ustedes se llaman editorial...

2:09 p. m.  

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